En la colonia de las hormigas había discordia. Sami, una de sus trabajadoras, dormía todo el día. Despertaba hasta la tarde, se levantaba por un bocadillo y de nuevo se iba a la cama. Ya llegada la noche salía de su hormiguero a divertirse.
Prácticamente su ritmo de vida estaba invertido; por eso sus compañeras le llamaron la atención: ella debía ganarse el alimento y techo al igual que todas.
Como labor le asignaron una gran tarea: recoger una montaña de granitos de azúcar y organizarla en la despensa.
En cuanto las hormigas se fueron, Sami se asomó a la ventana, y al ver tan bello día, respiró aquel aire puro y exclamó:
─¿Que trabaje yo? ¡Qué gran tontería!, mejor me voy a disfrutar este lindo día.
Y salió a buscar un compañero para su aventura.
Al rato de andar se encontró con una lombriz, a quien dijo:
─Lombricita, vení. Acompañame, te invito a pasear ahora que el día empieza a clarear.
─¡Ocurrencia de hormiga! ¿No sabés?, el sol me lastima y debo huir enseguida para salvar mi vida ─le dijo y se enterró.
Se fue la hormiga apenada por la ermitaña lombriz, pues no compartían esa dicha de vivir bajo el sol.
Luego en un tronco, vio un ruidoso pájaro carpintero y le propuso:
─Carpintero trabajador, dejá ese tronco de golpear y vení, el día invita a gozar.
─Claro que no, un hoyo grande debo hacer yo.
Y con esto a la hormiga ignoró.
Un poco irritada continuó su camino. En un cruce vio una abejita, e inmediatamente le preguntó:
─¿Querés liberar tu mente en este paisaje verde?
A lo que ella contestó:
─Si la miel pudiera esperar, yo podría con vos disfrutar ─y voló entre las flores.
Apenas recuperándose por el desprecio de la abeja, alcanzó a ver una ardilla balanceándose en la rama más alta de un árbol. Entonces, respiró profundo para gritarle:
─¿Ardillita, querés conmigo pasear? ─y la ardilla con gesto despectivo le contestó:
─No te puedo acompañar, tengo semillas por alcanzar.
Enojada por ese desaire, siguió caminando. Más adelante se encontró con un armadillo, a quien ya sin mucha ilusión, le dijo:
─Armadillo, qué aburrido te ves, si me acompañás nos divertiremos tal vez.
El armadillo malicioso repuso:
─¿Diversión anhelás? Pues, vení y a cavar una madriguera me ayudás.
Y la hormiga se alejó protestando:
─Tonto armadillo. ¿Tan ingenuo es? ¡Queriendo que yo trabaje por él!
A lo lejos vio una coneja y corrió a proponerle:
─¿Te gustaría conmigo pasear?
La coneja suspiró y dijo:
─Encantada si pudiera, pero mis diez hijos me esperan ─y saltando se metió entre las plantas.
Ya cansada por su mal día, la hormiga decidió descansar. Se recostó a la sombra de un árbol. Estaba por dormirse, cuando escuchó una voz muy grave que le decía:
─Hormiguita, hormiguita, estás muy solita, ¿querés conmigo pasear?
Se levantó de un salto para decir que sí, pero cuando vio a su compañero, un gigantesco oso hormiguero, muy amable dio las gracias y corriendo se fue a su casa.