─Papá, qué lindo bosque se ve allá abajo.
─Sí. Es un bosque majestuoso con árboles de muchos años. Este, se ha conservado bien protegido, gracias a los animales que lo habitan.
─¿Cómo es eso? ¿Pequeñas criaturas cuidan un bosque?
─Así es. Cuando mi padre era un niño, le narraron la leyenda del Bosque embrujado. Trata sobre esa región, lugar donde vivía una comunidad de animales valientes y decididos.
Cuenta la historia que en una ocasión dos coyotes buscaban alimento y escucharon unas voces extrañas.
En un principio no les dieron importancia, pero al poco rato sonó un fuerte impacto que los estremeció, entonces comenzaron a buscar su procedencia.
¡Gran susto se llevaron al enterarse de que se trataba nada más y nada menos que de humanos! De inmediato se ocultaron para observar.
Fue así como vieron que portaban aparatos extraños. Algunos brillantes como la plata, otros tan ruidosos que apenas les permitían escucharse a sí mismos. Y con ellos iban botando árboles con nidos cargados de pichones, ardillas, culebras y otros animales del bosque.
─Esto no debe continuar ─dijeron los coyotes enfurecidos ─debemos avisarles a los otros pobladores del bosque.
Convocaron a todos los animalitos a una reunión urgente. Llamado al que asistieron tigrillos, mapaches, murciélagos, puercoespines y demás animales, deseosos de colaborar para traer de nuevo la paz y armonía a su comunidad.
Ya reunidos discutieron largo rato, escuchando todas las propuestas para atender dicha emergencia.
Entre las posibles soluciones habían unas absurdas, otras divertidas, y por supuesto las hubo muy sensatas.
Una avispa muy encolerizada se relamía diciendo:
─Déjennos esos atrevidos a mí y a mis compañeras de la colmena y van a ver cómo quedarán de hinchados. Hasta el más flaco saldrá cachetón; así los enseñaremos a respetar nuestros árboles.
─Será peligroso, podrían ser aplastadas con sus manos gigantes. La idea es defender nuestra vida y la de cada árbol, pero sin ponernos en riesgo ─dijo un pizote.
Los zorros indicaron estar dispuestos a huir, abandonarían el lugar si a ese acuerdo llegaban.
Los tucanes estaban satisfechos con esa decisión, ellos también partirían en busca de otro bosque.
─A mí no me parece esa idea ─dijo un venado ─a ustedes les será muy fácil migrar, pero a los que tenemos crías pequeñas o no tenemos la dicha de tener alas, nos será imposible salir a tiempo. También, piensen en los osos perezosos, de seguro serán los primeros en sufrir. Ellos con esa lentitud no llegarán muy lejos.
─Además ─alegó una iguana ─irnos de acá no es la solución, de seguro cuando terminen con este bosque irán a talar otro, el cual hasta podría ser nuestro próximo hogar y… ¡otra vez a huir!
─Las aves debemos evitar ser atrapadas ─dijo un perico ─porque si lo hacen viviremos encerradas por el resto de nuestra vida. Entonces se debilitarían nuestras alas y nunca más volaremos. Y con esto, nuestra dicha irá muriendo un poquito cada día.
─¿Qué les parece si entre los animales más grandes les damos una golpiza? ─sugirió un puma.
─¡Nooo…! ─protestaron algunos ─con eso nos arriesgamos a que nos maten. Recuerden, enfrentar violencia con violencia, se transforma en tragedia.
─Creo tener la respuesta ─dijo un búho mientras giraba su cabeza y sus grandes ojos buscaban una señal de aprobación ─¡los asustaremos!
Hubo un largo silencio, roto luego por muchos, ¡vivaaa!
Acordaron practicar gritos y quejidos que causaran miedo a los indeseables. Además, con ramas, hojas y vástagos construirían cabezas flotantes con ojos acusadores; momias y seres con cuerpos desproporcionados.
Llegó la fecha señalada para atacar a los entrometidos. Ese día amaneció oscuro y con neblina, muy conveniente para sus propósitos.
Enviaron a tres yigüirros a espiar el campamento para que les informaran sobre la llegada de los trabajadores. Minutos después, los yigüirros regresaron contando haber visto alrededor de veinte hombres muy ocupados en la corta de los árboles, por lo que inmediatamente iniciaron su plan.
Los monos y las guacamayas empezaron imitando quejidos de ultratumbas. Las loras y las chachalacas les siguieron fingiendo risas sarcásticas y sonidos guturales como de demonios tras la presa. Y así uno tras otro se unió a este coro infernal, hasta hacer retumbar el bosque.
A este ruido le siguió un silencio tenebroso de infinitos segundos, para luego reiniciar el combate.
Los taladores, confundidos, dejaban sus ocupaciones preguntándose qué sería aquello tan horrible.
Estos ataques continuaron así por tantas horas, que los jornaleros se vieron obligados a abandonar el sitio.
Al día siguiente, junto con los obreros, llegaron al bosque algunos pueblerinos, deseosos de confirmar por sí mismos, los acontecimientos relatados.
Los hombres se dispusieron a sacar las herramientas para continuar la corta de árboles, y al mismo tiempo los habitantes del bosque se prepararon para su segundo plan.
Cuando creyeron oportuno, las aves sujetaron con sus picos los espantos fabricados. Los mecían en el aire simulándoles vida propia.
Los espectadores, aterrorizados, no encontraban explicación; pero aún así no se daban por vencidos, tratando incluso de capturarlos.
De pronto, monstruos y quejidos atacaron a la vez. Era tan impresionante que hasta el más valiente sería incapaz de soportarlo.
Hombres, mujeres y niños, con los ojos desorbitados y al galope de sus corazones, huían queriendo dejar atrás esas espeluznantes apariciones.
Y cuentan que esa fue la última vez que vieron vida humana en ese bosque.
─Papá ¿Esa historia es verdadera?
─No lo sé Manuel. Pero lo cierto es que esta leyenda ha ayudado a las personas a respetar y defender este bosque, tanto como lo hicieron esos inteligentes y audaces animalitos.