Abigail estaba feliz por su pancita llena, pero a la vez tenía miedo de que Matías no cumpliera su palabra y nuevamente pensara solo en él. Por eso se dijo con firmeza:
─Esta vez los ahorros serán solo para mí.

Por eso saltaba de felicidad al escuchar el arrastre del banco que el niño utilizaba para subir hasta su escondite. Cada céntimo guardado le ayudaría a conseguir su meta. Única razón por la que permaneció tanto tiempo en ese armario.
Cuando apenas le echaba una o dos monedas arrugaba la nariz, pues no se sentía nada satisfecha con la mezquina cantidad. Pero, si oía una generosa cascada, que además arrastrara el sonido de billetes, daba gritillos de júbilo.

Al fin la cerdita veía llegar su amado proyecto. El cual estaba en ser una sobresaliente bailarina. Ya tenía calculado el dinero necesario para ello: valor de las clases, del leotardo, las zapatillas y demás accesorios para mejorar el vestuario.

Dos meses después se completó la cantidad requerida para subir a las alas dancísticas y alcanzar su destino.

La inquietud ronroneaba en su pecho. Después de tanto tiempo encerrada en aquel oscuro lugar, temió no saber enfrentar ese recorrido, el que probablemente le traería obstáculos. Aunque de algo sí estaba segura, iba a luchar por ello hasta lograrlo, aun cuando sus pies le flaquearan.
Con solo imaginar ese momento, el rostro de Abi adquiría el brillo de las monedas en su pancita, y sus ojos tintineaban como campanillas de metal.

Llegó el sábado. La fecha en que asistiría al salón de ballet para ser la alumna más esforzada y triunfadora de la clase.
Muy temprano, escuchó los pasos acercarse al ropero y se regocijó pensando en las monedas que se unirían a las guardadas con tanto recelo.

Pero, hubo un silencio que Abi no comprendía. De pronto el niño abrió la puerta del mueble, y tomándola desde su pancita, levantó a Abigail para ponerla en su cama mientras decía:
─Ya tengo ahorrado lo suficiente para mi bicicleta ─y luego de sentir el peso de la alcancía, agregó: ─y hasta me va a sobrar.
Abigail, al escuchar esto, se vio desvanecerse como humo en la oscuridad.

El niño se dispuso para sacarle el dinero a la alcancía, cuando escuchó una voz desde el otro lado de la casa:
─Matías, ven pronto.
La cerdita, entonces, aprovechó para bajar de la cama.
─Es mi dinero y no lo voy a compartir ─se dijo, mientras forcejeaba con la ventana para escapar, pero la ventana no abrió.

Nuevamente se escucharon las pisadas. Esta vez la alcancía no se alegró. En su lugar sintió pánico. ¿Qué hacer? La habitación era pequeña y esto le dificultaba para hallar un escondite. A Abigail le resbalaban las pezuñas en su carrera buscando dónde meterse. Con los ojos fijos en la puerta y las orejas rígidas hacia atrás, corría sin decidirse ante cada posibilidad de resguardo:
─Por acá… no. Aquí… tampoco. ¿Arriba del mueble? No llego… la alcancía terminó por rendirse y se fue al sitio donde antes la habían dejado.
─¡Aquí estás! ─dijo Matías como adivinando las intenciones de ella.

Tomó a Abi y le destapó la nariz, lugar por donde le sacaría el dinero. Luego la puso de cabeza sobre un saquito para que las monedas fluyeran, mientras decía para sí mismo:
—Me asomaré para ver cómo está la mañana, a lo mejor voy ahora mismo a comprar mi bicicleta—. Abrió la ventana, y al ver el día radiante, sacó la cara para respirar la brisa que lo invitaba a salir.
Nuevamente lo llamaron desde otro espacio de la casa y Matías siguió la voz, dejando la ventana abierta.
Ella entonces no lo dudó ni un instante, se puso su trompita y con el saco del dinero en su espalda, huyó por la ventana.

Horas después, la cerdita encabezaba la fila para inscribirse en las clases de ballet. Ya tenía en la mano su tutú rojo y las zapatillas del mismo tono, que había comprado.

Hecha la inscripción fue al vestidor a cambiarse. Cuando se vio en el espejo se sintió extraña con aquel atuendo. Entonces quiso correr hasta donde Matías y olvidar el sueño de ser bailarina.
Pero inmediatamente los obstáculos vividos conspiraron para reclamarle esa equivocada decisión. Entonces, respiró profundo y salió del lugar cambiando de actitud para entrar al salón con una gran sonrisa.

Había entre sus compañeras: marmotas, iguanas, loras, ardillas y dos osos hormigueros, todos con sus cuerpos estilizados dentro de los trajes en tonos pastel y con su porte de pavo real en cortejo.

Cuando Abi entró a la clase, los animalillos pusieron los ojos en ella. Luego se miraron entre sí con aire de “nosotros sí nacimos para ser bailarines”, y nuevamente fijaron la mirada en la cerdita, como queriendo echarla del salón.

Ella percibió el mensaje sin palabras que le estaban enviando sus compañeros. Por eso se sintió incómoda y ajena a aquel lugar. Optó por buscar una ventana para salir de ahí, tal como lo había hecho el día anterior.
Pero en ese momento entró el profesor, un cisne elegante y de actitud serena, quien dijo estar muy feliz de tener alumna nueva. Seguidamente, invitó a todos a sentarse en el piso formando un círculo, queriendo con esto crear un ambiente más amigable y acogedor.

Con la presencia del profesor, Abi se sintió animada y quiso quedarse. Cuando el profesor le pidió que se presentara, ella dijo estar ahí para ser la mejor bailarina del mundo.

Todos sus compañeros se burlaron ante tal pretensión y la lora hasta se atrevió a decirle:
─No lo va a lograr. ¿No ha visto lo gordita que está?
Antes de que la cerdita entrara en pánico por esas palabras, el profesor se puso de pie y dijo que tener la contextura delgada o gruesa, no indica si alguien puede o no tener la habilidad para bailar. Luego con una sonrisa para ella agregó:
─Estoy seguro de que esta jovencita está aquí, porque tiene la aptitud y la disciplina para aprender la técnica del ballet─. Y guiñándole un ojo agregó: ─Esto lo iremos viendo en cada lección.

Luego se dirigió a los demás alumnos para advertirles:

─Nunca se debe juzgar antes del desarrollo de los acontecimientos.

La lora, muy apenada, le ofreció disculpas a Abi por la grosería dicha, y lo mismo hicieron los demás compañeros.

Años después, los noticieros anunciaban el mejor espectáculo visto hasta ese momento, con su bailarina estrella: la cerdita Abigail.

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